No me va a hacer ni puñetera gracia que no vuelvan, y punto. Que ‘The Final Problem’ se siente como una despedida es algo que nadie puede negar. No solo por ese carrusel de imágenes cotidianas con el que Steven Moffat ha decidido cerrar el episodio, haciendo gala de una rutina, la de los casos y el día a día en Baker Street, que nos hace pensar en la inmortalidad de las aventuras de nuestro detective favorito, sino porque todo lo que tenía que cerrarse ha tenido su resolución.
Ese guiño a Irene Adler que tanta ilusión me hizo en ‘The Lying Detective’ ahora lo interpreto como una manera de concretar en qué punto se encuentra la relación de esta dominatrix y Sherlock, algo que no hubiese venido a cuento si no estuviesen dejando la ficción limpia de flecos. Lo mismo sucede con la confesión de los sentimientos de Molly, ese “te quiero” destructor que acaba con el secreto a voces para dejar al descubierto los sentimientos de aquella que siempre importó. Sí, la reacción de Sherlock es como para darle otra temporada sin pensarlo ni un segundo más y sí, ese momento inesperado en torno a “la mujer” vino más a afianzar la humanidad del protagonista y a subrayar el amor de John por él, pero aún así, se siente como un adiós, es inevitable.