Esto es lo que había estado esperando. Este es el Sherlock
que me cautivó. El "bastardo manipulador" nos ha dado un final de temporada
fascinante, que por un momento amenazó con convertirse final de serie... Menos mal que el
villano de los villanos decidió hacer acto de presencia de la mano de su
arraigado ‘did you miss me?’.
El creador Steven Moffat, a años luz del co-crador y
guionista ocasional de la serie Mark Gatiss, ya anunció en la premiere de esta
temporada que habría una cuarta e insinuó que tenían tramas para una quinta, y
aunque la confirmación de la BBC este por llegar, lo tenemos claro.
Los datos de audiencia hablan por sí solos, porque ‘His LastVow’ fue el programa más visto en Reino Unido el día de su estreno con casi 9
millones de espectadores. Concretamente 8.77 millones de seguidores que, como
yo, podrían ver cientos y miles de veces este magnífico episodio para hacerse
con todos los detalles.
Los guiños a los fans, esta vez sutiles a la vez que
acogedores, el Sherlock más lleno de
amor e inhumano a la vez, (lo que siempre ha sido y debe ser…), y la emoción retorciéndonos y atenazándonos... Todo ello representado en los giros más imposibles fruto de la mente brillante del guionista Steven Moffat.
No se puede pedir más a un capitulo. Sin duda alcanza el
nivel del que, (no se nota nada) es mi favorito, ‘A Scandal in Belgravia’. El inicio de la segunda temporada también
se desarrollaba en época navideña, una feliz coincidencia para mí, que se ve rodeada de mil detalles más que adoro de la serie y echaba de menos.
Lo mejor, la confirmación de que esa versión edulcorada,
absolutamente incoherente y vulgar de mi querido detective, era historia con
una sola imagen: la de un anillo de pedida. Además de la certeza de que los dos primeros episodios solo servían para repartir pistas, cosa que se puede hacer
con más o menos gracia… Seguido de cerca por la consecuencia definitiva resultante
de seguir un razonamiento lógico que lleva a una única salida, mientras se está
irremediablemente cegado por el cariño.
Y que ese glorioso momento nos traslade al primer episodio en
el que Sherlock pronunciaba esas mismas palabras a Anderson: “do your research,
i am a highly functional sociopath”. La diferencia es que, en este caso
Magnusen, el asqueroso titán de la prensa que amenaza la vida feliz de los reciéncasados John y Mary, confunde a Sherlock con un héroe en lugar de un psicópata.
Y es que este hombre de inteligencia inalcanzable nos tiene a todos igual de
perdidos.
Cuando alguien se atreve a encasillarle se las arregla para
confundirnos de nuevo. Cuando Magnussen y Mycroft tenían claro que lo que más le
importa a nuestro chico es la caza de dragones, el demuestra que haría
cualquier cosa por John.
Algunos dirán que ya lo sabíamos, pero si fuera así esa resolución
de la búsqueda de los archivos encerrados en la cámara Appledore, no nos dejaría
tan alucinados y muertos de entusiasmo. Janine tiene la culpa de que se nos
quede un careto de incredulidad como para hacer historia, y de que no
vislumbremos realmente el alcance del amor de Sherlock por la familia Watson
hasta el final del episodio.
Enlazado al sentimiento del sociópata y todo lo que este
desencadena, encontramos las desventuras del matrimonio Watson y la delicadeza
y sencillez con que estas se sentencian, empezando con la disposición de los
personajes en el salón de Baker Street, como analogía del corazón dolido de
John.
Y esto es la punta del Iceberg de lo que hace falta para
lograr una estructura tan férrea como la que vemos en este final de trilogía.
Una historia, con unos cimientos indiscutibles, salpicada de momentazos de los
que te hacen pegar botes de alegría en el sofá, como el protagonizado por
Molly, que esta que se sale esta temporada, o el que comparten los hermanos
Holmes cuando su madre los pilla fumando.
Todo esto unido al descubrimiento del yonki que puede hacer
una buena deducción, de la Mary compleja y dañada que encaja a la perfección en
el seno de la camaradería de nuestros chicos... Además del recordatorio de que nuestro
prota es humano, la vuelta del personaje interpretado por Andrew Scott, que
rivaliza con el genio interpretativo de Benedict Cumberbatch y Martin Freeman,
y la oportunidad de oro de ahondar aún más en el entramado psicológico de la
mente de Sherlock.
Pero sobretodo la certeza de que el episodio es tan
alucinantemente bueno que lo podemos ver cientos de veces y seguir disfrutando como
la primera.
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