Hace dos años, como regalo navideño, disfrutábamos de la segunda temporada de
esta magnífica serie británica. Al terminar nos dejaba con un vacío que solo podíamos
llenar echando de menos al detective más rasposo y cautivador. 730 días durante
los cuales internet se ha visto invadido por las teorías, más o menos bizarras,
acerca del truco que escenificó Sherlock para engañar a la muerte en ‘The
Reichenbach Fall’.
17.520 horas dan para construir muchas expectativas, para
ensalzar y mitificar la serie hasta extremos insospechados, para esperar lo
imposible y para, en definitiva, congregar el día de su estreno a 9 millones de
espectadores ante la tele. Pero dicha carga es difícil de ignorar, por ello
comprendo la decisión de los creadores de transformar este primer episodio de
la tercera temporada en un enorme guiño a sus fans.
En la culpabilidad del policía forense Anderson, se asienta
la representación de un fanático de la serie que ha dedicado el tiempo de
ausencia de la misma a teorizar en relación al final de la segunda temporada,
lo cual habría estado perfecto para hacer webisodios como el que disfrutamos el
día de navidad, ‘Many Happy Returns’.
La verdad sea dicha, el arranque a lo misión imposible de
esta tercera temporada me ha hecho disfrutar de lo lindo, pero la sucesión de
escenas dedicadas a desplegar posibilidades, quita tiempo a lo importante:
asentar la historia que presumimos es el esqueleto del episodio.
Si no vas a dar una explicación sobre como lo hiciste, pasa página,
pero no me pierdas tiempo en hilvanar todas estas escenas con Anderson como el más
fiel seguidor de Sherlock, porque sólo se traduce en un capitulo compuesto de
pequeñas partes que no llegan a ser un todo.
Y este no es el único punto que me ha hecho pensar en el
enorme ego de actor que domina al guionista Mark Gatiss. En lo que se refiere
al montaje y la narración cinematográfica, la serie se ha hecho famosa por
ciertas características que la ensalzan haciéndola brillar con más fuerza.
Pero dichos recursos tan efectivos y conquistadores se
pueden convertir en la perdición de un creador que se deja llevar por las ganas
de subrayar el mito en que se ha convertido su criatura. Se abusa de los
efectos que tan maravillosamente suelen acercarnos a la mente de Sherlock recordándonos
al día en que el hispter más fan del postureo descubrió que se podían publicar
videos en Instagram.
No digo que la calidad técnica haya disminuido, sigue siendo
impecable como buen producto de la BBC, pero se percibe una necesidad de
presumir que se aleja de la historia en lugar de servirla.
Y las ganas de volver locos de placer a los fanáticos continúan
con los diálogos calcados a otros episodios, destacando aquel ‘How would you
know?’ que escuchamos por primera vez en ‘A Scandal in Belgravia’, que hace de
nuevo su aparición tras uno de los instantes más humorísticos que han compartido
los hermanos Holmes hasta el momento. Aquí sí que se ganan a cualquiera.
Así tanta búsqueda de elogio no arruina otras escenas de las
que se disfruta intensamente. Todas aquellas construidas en torno a las
relaciones personales que Sherlock desea recuperar con tanto entusiasmo. Quizá
demasiado para mi gusto, teniendo en cuenta las características de base del
personaje, que en ‘The Empy Hearse’ ha decidido liarse la manta a la cabeza y demostrar
mucho amor.
A pesar de esto, el reencuentro con Watson me parece
magnifico porque denota el esfuerzo del recién resucitado de entre los muertos
por suavizar el golpe, eligiendo el humor, de la manera más insospechada y
sorprendente. Lo mismo que la banda sonora de la escena con esa rumba ‘¿Dónde estásYolanda?’.
Esta no es la única escena perfecta que comparte el dúo, la combinación
de las rutinas de ambos a la vuelta de Sherlock es genial, y nos conduce deliciosamente
al momento cumbre que se soluciona de la manera más sencilla: con un botón de
encendido y apagado.
Merece la pena esperar mientras Benedict Cumberbatch y
Martin Freeman van por ahí sacando partido a su actual fama, porque la química que
derrochan en la pantalla es sublime. Sus escenas están cargadas de una tensión emocional
que conmueve. Aunque la verdad es que Benedict lo logra con cada uno de los
personajes. Se disfruta mucho de los bis a bis, como el momento en que decide
que le cae bien Mary, la enhorabuena y beso a Molly, o la mirada cariñosa que le
dedica a la señora Watson.
Si se hubiese puesto toda la intención en las relaciones
personales, el caso del atentado y el secuestro de John, habría sido un episodio
grandioso.
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