Woody Allen, cineasta prolífico donde los haya, tiene en su
haber tantas decepciones como aciertos a estas alturas. Lo bonito es que sus películas
suelen aportar siempre algo que no deja indiferente. Puedes odiar su trabajo, o
amarlo, pero en mayor o menor medida su obra siempre tiene el don de generar
debate.
Si bien unos disfrutan más del Woody Allen ligero y
brillante de ‘Scoop’ otros se decantan por el lado sensual y desgarrador que
muestra en ‘Match Point’. Ambas son sin duda maravillosas y hacen alarde del
estilo más puro del director neoyorquino.
En Blue Jasmine también disfrutamos de sus característicos diálogos
llenos de ingenio y de la riqueza de sus personajes, pero además nos asomamos a
un rango de sensaciones que quizá no encontramos en esas obras suyas tan míticas.
Este cuento se sumerge en el poder de las dos fuerzas que
suelen llevarse el mérito de mover el mundo: el amor y el dinero, por lo que,
de primeras, el director y guionista parece dividir la sala en torno a esa
eterna pregunta. Después es la manera en que aborda las posibilidades lo que
hace que esta historia sea una de las mejores que ha escrito.
Identificarse con los personajes supone un reto, no por la
dificultad, sino por el abanico contradictorio de sentimientos que transmiten.
La protagonista, Jasmine, inspira compasión cuando nos la presentan, luego,
cuando sabemos más, consideramos que se merece lo que tiene o creemos que deberíamos
pensar de esta forma, luego sentimos pena y así.
Ese personaje tan sumamente rico, detallado y loco no podría
estar mejor representado. Cate Blanchett hace un trabajo absolutamente magnífico
guiando al espectador en un viaje a través de las posibles causas de su crisis,
pero lo mejor es que no es la única que brilla.
Sally Hawkins interpreta a Ginger proyectando en sencillos
gestos toda una vida de inferioridad frente a su hermana Jasmine, y componiendo
el perfecto contrapeso gracias a su visión práctica y realista.
Ambas mujeres se unen cuando la vida de la primera se viene
abajo y tratan de convivir poniendo toda su fe en el vínculo familiar que
comparten, mientras se guardan todo lo que en el fondo no pueden dejar de
censurar de la otra. Todo esto acompañado de altas dosis de ironía.
Fundamentalmente podríamos decir que estamos ante un drama,
pero muchos se quedaran con los tintes de comedia más que con el pesar que hace
sentir su protagonista.
En dicha variedad de percepciones se encuentra la
belleza de este film que presume de un equilibrio perfecto entre esos dos
momentos en el tiempo, esas dos vidas, que se entrelazan en una narración
fluida y emocionante.
Las piezas van encajando y haciéndonos oscilar entre la pasión
o la necesidad de disfrutar de cierta posición social como motor principal en
la locura de decisiones tomadas por Jasmine. Así, se genera una batalla que nos
empuja a cambiar de opinión varias veces a lo largo de la película haciendo que
su narración nos parezca especial y conmovedora.
Completan el reparto un correcto Alec Baldwin, como el ladrón
del corazón de Jasmine, entre otras cosas, un fugaz Peter Sarsgaard, y un sencillo y potente Bobby Cannavale, como
el encargado de proporcionar los momentos puramente hilarantes del film en su
conquista del corazón de Ginger.
En definitiva Blue Jasmine es fruto del Woody Allen esplendido,
maestro del entretenimiento a golpe de diálogos medidos, situaciones cotidianas
a la vez que excepcionales y personajes que dejan traslucir su carácter en los
detalles.
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